29 jul 2025
Resumen
La microbiota intestinal, compuesta por bacterias, hongos y virus, constituye un ecosistema dinámico que influye profundamente en la salud humana. Dentro de esta comunidad, el viroma —formado sobre todo por bacteriófagos— contribuye al equilibrio microbiano. Desde el nacimiento, la microbiota cumple funciones esenciales: participa en el metabolismo de nutrientes, regula el sistema inmunitario y protege contra patógenos. La colonización microbiana se ve influida por el tipo de parto, la dieta, la edad y el uso de antibióticos. Este último puede alterar el equilibrio ecológico intestinal, favoreciendo la disbiosis, asociada con diversas enfermedades inflamatorias, metabólicas y autoinmunes. Además, la microbiota actúa como un órgano metabólico, modulando la inmunidad, la inflamación sistémica y la composición corporal. Las funciones clave incluyen la producción de ácidos grasos de cadena corta (AGCC), vitaminas, compuestos bioactivos y la modulación del metabolismo energético y de lípidos. También mantiene la homeostasis a través del eje intestino-hígado, donde probióticos como Lactobacillus rhamnosus GG han demostrado beneficios clínicos en múltiples escenarios, incluyendo diarreas, cólicos, enterocolitis, enfermedades hepáticas y digestivas funcionales. El mantenimiento de una microbiota equilibrada, mediante estrategias como probióticos, representa una intervención prometedora para la prevención y el tratamiento de enfermedades crónicas, subrayando su papel clave en la medicina personalizada y la salud integral.
Palabras clave: microbiota intestinal, viroma, disbiosis, probióticos, Lactobacillus rhamnosus GG, eje intestino-hígado, inmunidad, metabolismo, salud intestinal.
Abstract
The intestinal microbiota, comprising bacteria, fungi, and viruses, is a dynamic ecosystem with significant implications for human health. Within this community, the virome—primarily made up of bacteriophages—plays a crucial role in maintaining microbial balance. From birth, microbiota plays a crucial role in essential functions, including nutrient metabolism, immune system regulation, and defense against pathogens. Factors such as the type of delivery, diet, age, and exposure to antibiotics influence microbial colonization. Antibiotics can disrupt this balance, leading to a condition known as dysbiosis, which is associated with various inflammatory, metabolic, and autoimmune diseases. Microbiota is increasingly recognized as a metabolic organ that influences immunity, systemic inflammation, and body composition. Its key functions include the production of short-chain fatty acids (SCFAs), vitamins, and bioactive compounds, as well as regulating lipid and energy metabolism. Additionally, the microbiota helps maintain homeostasis through the gut-liver axis. Probiotics, such as Lactobacillus rhamnosus GG, have demonstrated clinical benefits for conditions like diarrhea, colic, necrotizing enterocolitis, liver diseases, and functional gastrointestinal disorders. Maintaining a balanced microbiota through interventions like probiotics has emerged as a promising strategy for preventing and treating chronic diseases. This highlights the microbiota's crucial role in personalized medicine and overall health.
Keywords: Gut microbiota, virome, dysbiosis, probiotics, Lactobacillus rhamnosus GG, gut-liver axis, immunity, metabolism, intestinal health.
Introducción
En nuestro intestino conviven en armonía tres grandes comunidades microscópicas: bacterias (bacterioma), hongos (micoma) y virus (viroma). Aunque durante mucho tiempo se pasó por alto su relevancia, hoy sabemos que los virus desempeñan un papel fundamental en el equilibrio intestinal. De hecho, el 90% del viroma intestinal está compuesto por bacteriófagos, virus que infectan bacterias, mientras que el 10% restante incluye virus de plantas y animales que llegan a nosotros a través de los alimentos.1
Esta comunidad microbiana comienza a establecerse incluso antes del nacimiento y nos acompaña durante toda la vida en una relación de beneficio mutuo. En el intestino, esta microbiota cumple funciones esenciales: participa en el metabolismo de los nutrientes, regula procesos metabólicos, estimula y prepara al sistema inmunitario, protege al organismo de patógenos externos y mantiene la estabilidad del ecosistema intestinal.1
El conjunto de genomas bacterianos que coexisten con nosotros se conoce como microbioma y su capacidad de codificación genética es 150 veces superior a la del genoma humano. Esta enorme fuente de información genética nos aporta funciones que el ser humano no ha desarrollado por sí solo. La combinación del genoma humano con el del microbioma da lugar al llamado hologenoma, que define muchas de las características metabólicas del individuo.1
Ya desde principios del siglo XX, el premio Nobel Elías Metchnikoff afirmaba que “la mayoría de las enfermedades inician en el tracto digestivo, cuando las bacterias buenas ya no pueden controlar a las malas”. A esta condición se le llama disbiosis intestinal y hoy sabemos que está relacionada con múltiples enfermedades como la enfermedad inflamatoria intestinal, la celiaquía, la obesidad y los trastornos metabólicos, entre muchas otras.1
La comunidad científica reconoce cada vez más la importancia de mantener una microbiota intestinal equilibrada para preservar la salud. Por ello, se están desarrollando diversas estrategias terapéuticas para restaurar o conservar un estado eubiótico, es decir, un ecosistema intestinal en equilibrio y funcional.1
Microbiota
La microbiota autóctona o residente está compuesta por los microorganismos que habitan de forma estable en nuestros tejidos. Aunque su presencia puede verse temporalmente reducida —por ejemplo, tras la administración de antibióticos o ante otros factores adversos—, tiende a restablecerse una vez que cesan las condiciones que alteraron su equilibrio.2
En contraste, la microbiota alóctona o transitoria hace referencia a aquellos microorganismos que colonizan al hospedador de manera temporal. Su presencia está determinada por factores externos e individuales, como la localización geográfica, los hábitos de higiene, la dieta, el consumo de antibióticos, el estado inmunitario y la edad.2
Un ejemplo ilustrativo se observa en el caso de las recién nacidas. Durante las primeras semanas de vida, la sangre de las niñas contiene concentraciones elevadas de estrógenos maternos transferidos durante la gestación. Estas hormonas inducen la acumulación de glucógeno en la mucosa vaginal, lo que favorece la colonización por Lactobacillus (fig. 1), bacilos fermentadores que producen ácido láctico. Esta fermentación genera un pH vaginal de entre 4.2 y 4.5, que confiere protección relativa contra la colonización por patógenos en el tracto genital inferior.2
Figura 1. Lactobacillus.
No obstante, esta situación es temporal. A medida que las concentraciones de estrógenos maternos desaparecen, también lo hacen el glucógeno y los lactobacilos de Döderlein, considerados parte de la microbiota alóctona o transitoria en esta etapa de la vida. Estos bacilos reaparecen años más tarde, al inicio de la pubertad (entre los 12 y 13 años), cuando la niña comienza a producir sus propias hormonas sexuales, manteniéndose hasta la menopausia.2
Durante el parto vaginal, el recién nacido entra en contacto directo con la microbiota materna del canal del parto, lo que representa una fuente fundamental de colonización microbiana inicial. Esta microbiota vaginal suele estar dominada por bacterias beneficiosas, como los Lactobacillus, que desempeñan un papel importante en la protección y establecimiento del equilibrio microbiano intestinal del neonato.3
En cambio, cuando el nacimiento se produce por cesárea, esta exposición se reduce de manera significativa o está por completo ausente, ya que el bebé no atraviesa el canal vaginal. En su lugar, el contacto inicial ocurre con la microbiota de la piel materna, del personal de salud y del entorno hospitalario. Estos microorganismos difieren notablemente de los del tracto vaginal y pueden incluir una mayor proporción de bacterias con potencial patógeno.3
Como consecuencia, los recién nacidos por cesárea tienden a desarrollar una composición inicial de microbiota más diversa, pero también diferente, en comparación con aquellos nacidos por vía vaginal. Se ha postulado que esta diferencia en la colonización temprana podría influir en el desarrollo inmunitario y metabólico en etapas posteriores de la vida.3
Los principales microorganismos intestinales transmitidos de la madre al lactante incluyen cepas de Bifidobacterium y Bacteroides, las cuales tienen la capacidad de utilizar los oligosacáridos de la leche humana, presentes en abundancia en la leche materna.4
Cabe destacar que los tratamientos antibióticos afectan considerablemente a la microbiota habitual, eliminando a los microorganismos sensibles al fármaco utilizado. Esta alteración del equilibrio microbiano puede facilitar la colonización por patógenos que, en condiciones normales, se verían desplazados en la competencia por nutrientes y oxígeno. Además, esta disrupción puede permitir que microorganismos resistentes al antibiótico proliferen, alcanzando concentraciones críticas que desencadenan mecanismos de comunicación bacteriana (quorum sensing), con la consecuente producción de toxinas.2
Funciones de la microbiota
La microbiota intestinal ha dejado de considerarse un simple comensal acompañante para ser reconocida como un verdadero órgano metabólico, con funciones clave en la nutrición, la regulación inmunitaria y el control de la inflamación sistémica.5
Tras el nacimiento, las células del sistema inmunitario aún no han sido expuestas a estímulos suficientes, por lo que tienden a reconocer los antígenos del entorno como parte del propio organismo. Esta falta de discriminación impide una respuesta inflamatoria inmediata frente a ellos. En este contexto, los primeros encuentros entre la microbiota y las células inmunitarias indiferenciadas son fundamentales: marcan el inicio del aprendizaje inmunitario, ayudando al sistema a distinguir lo propio de lo ajeno.6
A partir de entonces, se establece una comunicación constante y mutualista entre la microbiota intestinal y el sistema inmunitario. Este fenómeno es esencial para mantener el equilibrio de la inmunidad. Sin embargo, cuando esta relación se altera, puede surgir un estado patológico. De hecho, se ha propuesto que algunas enfermedades autoinmunes podrían originarse cuando los antígenos microbianos intestinales generan una respuesta inflamatoria desproporcionada.6
En otras condiciones, como el síndrome metabólico y la obesidad, también se ha identificado a la microbiota intestinal como una fuente persistente de estimulación inmunitaria. Este estímulo continuo puede generar una inflamación basal crónica, clave en la fisiopatología de estas enfermedades.6
Estudios en mamíferos libres de gérmenes (LG) han demostrado que su desarrollo corporal es anómalo: presentan intestinos atróficos, órganos como el corazón, pulmones e hígado de menor tamaño, y un sistema inmunitario inmaduro, con bajas concentraciones de inmunoglobulinas. Asimismo, otras investigaciones han encontrado que los ratones con microbiota presentan hasta 40% más grasa corporal que sus contrapartes LG, incluso con la misma dieta, y que estos últimos están protegidos contra la obesidad inducida por dietas ricas en grasa y azúcar. Cuando se trasplanta la microbiota de ratones normales a ratones LG, se observa un aumento significativo en su contenido graso.5
La microbiota intestinal posee enzimas capaces de descomponer polisacáridos complejos de la dieta —que el intestino humano no puede digerir— en monosacáridos y ácidos grasos de cadena corta (AGCC), como el acético, propiónico y butírico. Estos compuestos no solo aportan hasta un 10% de la energía calórica diaria absorbida, sino que también tienen funciones inmunorreguladoras. El ácido butírico, por ejemplo, es fuente de energía para los colonocitos, mientras que el acético y el propiónico son absorbidos por la circulación portal y metabolizados en el hígado.5
La concentración de AGCC en el colon y en la sangre está relacionada con el equilibrio inmunitario. Se ha observado que pacientes con enfermedades inflamatorias intestinales presentan concentraciones reducidas de estos ácidos. Además, la microbiota parece tener la capacidad de modular genes relacionados con la disposición energética en los adipocitos.5
A lo largo de la evolución, vertebrados y microorganismos han desarrollado una relación simbiótica estrecha, indispensable para el funcionamiento normal del sistema digestivo e inmunitario.5
La abundancia y diversidad de microorganismos que conforman la microbiota le confieren una impresionante capacidad funcional. Entre sus múltiples acciones destacan:
Conversión de aminoácidos en compuestos bioactivos, como la transformación de L-histidina en histamina y de glutamato en ácido gamma-aminobutírico (GABA), con funciones antimicrobianas y neuromoduladoras.
Síntesis de micronutrientes esenciales, como vitaminas del complejo B, vitamina K, folatos y ácido linoleico conjugado (CLA), gracias a géneros como Anaerovorax, Bifidobacterium, Faecalibacterium y miembros de la familia Lachnospiraceae.
Modificación de ácidos biliares mediante la conversión de ácidos biliares primarios en secundarios, lo que influye en la digestión y en el metabolismo de lípidos.7
Estas funciones reflejan el papel fundamental de la microbiota en la homeostasis del organismo, más allá del tracto digestivo.7
Eje intestino-hígado
La microbiota intestinal ejerce una influencia crucial sobre el eje intestino-hígado, facilitando la reparación tanto intestinal como hepática mediante complejos mecanismos bidireccionales. Enfermedades como la enfermedad inflamatoria intestinal (EII), la esteatohepatitis metabólica asociada (MASH) y las alteraciones del eje intestino-hígado ejemplifican la compleja interacción entre la microbiota intestinal y la función hepática.8
Los metabolitos microbianos contribuyen al mantenimiento de la integridad intestinal y a la regeneración hepática. En este contexto, destacan los avances terapéuticos personalizados, entre ellos el uso de probióticos, prebióticos y el trasplante de microbiota fecal (FMT), los cuales han demostrado un prometedor potencial para restablecer el equilibrio microbiano y promover la reparación tisular.8
Comprender estas interacciones abre la puerta a intervenciones innovadoras orientadas a mejorar la salud intestinal y hepática, en especial en personas con trastornos metabólicos. Los probióticos, en particular, emergen como una herramienta terapéutica clave al modular favorablemente la composición de la microbiota, fortalecer la barrera intestinal y reducir la inflamación sistémica, contribuyendo de esta forma a una mejor recuperación funcional del eje intestino-hígado.8
Aplicación de probióticos
El uso de probióticos ha ganado relevancia en la práctica clínica, tanto por sus beneficios terapéuticos como por su perfil de seguridad. Aunque persisten dudas sobre su uso en pacientes críticos o inmunocomprometidos, los efectos adversos documentados son excepcionales, en especial cuando se emplean cepas con estatus GRAS o QPS como Lactobacillus rhamnosus o Bifidobacterium.9
Entre los probióticos mejor estudiados, Lactobacillus rhamnosus GG (LGG) destaca por su eficacia comprobada en varias indicaciones:
Diarrea aguda infecciosa: LGG acorta la duración y reduce la intensidad de la diarrea, sobre todo por rotavirus.
Diarrea asociada con antibióticos: su uso junto a antibióticos disminuye la incidencia de diarrea, en especial en niños.
Cólico del lactante: puede contribuir al alivio del malestar reduciendo la inflamación intestinal y modulando la microbiota.
Trastornos funcionales digestivos: aunque se requiere más evidencia, LGG muestra potencial para mejorar los síntomas del síndrome de intestino irritable en niños mayores.
Prevención de enterocolitis necrotizante: en prematuros, el uso temprano de combinaciones con Lactobacillus (incluido LGG) reduce significativamente el riesgo.
Infección por Helicobacter pylori: mejora la tolerabilidad a los tratamientos de erradicación, reduciendo efectos adversos gastrointestinales.
Colitis ulcerosa y pouchitis: LGG forma parte de combinaciones eficaces como terapia de mantenimiento o coadyuvante a tratamientos convencionales.
Hepatopatías: LGG podría desempeñar un papel relevante en la prevención de la encefalopatía hepática y en la modulación de la microbiota en enfermedades hepáticas como la esteatohepatitis.9
Comentario
El equilibrio de la microbiota intestinal es fundamental para la homeostasis inmunitaria, metabólica y digestiva del organismo. Alteraciones en su composición se asocian con un amplio espectro de enfermedades crónicas, desde trastornos inflamatorios intestinales hasta patologías metabólicas como la obesidad y la enfermedad hepática. En este contexto, estrategias dirigidas al restablecimiento del ecosistema intestinal cobran relevancia terapéutica. Los probióticos, particularmente Lactobacillus rhamnosus GG, han demostrado eficacia en la modulación del microbioma, favoreciendo la integridad de la barrera intestinal, regulando la respuesta inmunitaria y contribuyendo a la prevención o tratamiento de diversas afecciones. Aunque aún se requieren estudios más amplios y específicos por cepa, el perfil de seguridad y potencial terapéutico de los probióticos los posiciona como herramientas valiosas dentro de un abordaje integral para restaurar la salud intestinal y sistémica.
Referencias
1. Gagliardi A, Totino V, Cacciotti F, Iebba V, Neroni B, et al. Rebuilding the Gut Microbiota Ecosystem. Int J Environ Res Public Health. 2018;15:1679.
2. Garza-Velasco R, Garza-Manero S, Perea-Mejía L. Microbiota intestinal: aliada fundamental del organismo humano. Educación Química. 2021;32(1):10-19.
3. Sánchez E. Establecimiento de la microbiota intestinal del recién nacido durante la lactancia materna. Acta Pediatr Mex. 2024; 45(Supl 3):s27-s32.
4. Korpela K, de Vos M. Infant gut microbiota restoration: state of the art. Gut Microbes. 2022;14(1):1-14.
5. Icaza-Chávez M. Microbiota intestinal en la salud y la enfermedad. Revista de Gastroenterología de México. 2013;78(4):240-248.
6. Vergara A. Microbiota intestinal, un nuevo objetivo terapéutico. Ed Cont Lab Clin. 2020;47:14-29.
7. Merino J, Taracena S, Díaz E, Rodríguez F. Microbiota intestinal: “el órgano olvidado”. Acta Médica Grupo Ángeles. 2021;19(1):92-100.
8. Wang Y, Yan H, Zheng Q, Sun X. The crucial function of gut microbiota on gut–liver repair. hLife. 2025;1-23. https://doi.org/10.1016/j.hlife.2025.01.001
9. Álvarez G, Leis R, Díaz J. Modulación de la microbiota intestinal. Uso de probióticos y prebióticos en pediatría. Protoc Diagn Ter Pediatr. 2023;1:481-490.